viernes, 18 de febrero de 2011

Del blog de la escritora Gemma Lienas.


Mi generación asistió en directo y en muy poco tiempo al enorme cambio que supuso la incorporación masiva de la mujer al trabajo. En el mundo editorial, la avalancha de mujeres ha sido tan espectacular en los últimos 25 años que ha motivado que los comentaristas (la mayoría hombres) nos hayamos referido ampliamente a una presunta "feminización" de la edición, lo que implica un malentendido. Es verdad que uno entra en las grandes editoriales y ve mujeres por todas partes. Pero, como ya he explicado en alguna ocasión, no están repartidas por igual en todos los puestos y responsabilidades: su horizonte profesional permanece (casi) inamovible en el umbral del santuario en el que se toman las grandes decisiones, de modo que en las plantas nobles su presencia tiende a enrarecerse.

Las razones de esa espectacular incorporación de las mujeres a la edición han sido muchas. Una importante fue que el ejército laboral empezó a poblarse de jóvenes universitarias bien preparadas que trabajaban con más ímpetu que sus colegas masculinos (tenían más que demostrar en un espacio acotado por ellos), hablaban idiomas y hacían gala de más mano izquierda para tratar con los autores, que son los que, en definitiva, suministran la materia prima del negocio. Pero también hubo otros motivos. A principios de los años noventa, cuando ya era un hecho evidente que las mujeres habían llegado a la edición para quedarse, el consejero delegado de la editorial en la que yo trabajaba me explicó que las contrataba porque resultaban "más baratas que los hombres y protestaban menos". De lo segundo nunca estuve demasiado seguro. Pero lo primero tenía mucho que ver con la enorme reticencia que este sector (en particular) ha mostrado a equiparar salario igual a trabajo igual. Como en este país no se publican nunca (al contrario que en otros) datos sobre el abanico salarial correspondiente a cada puesto de trabajo editorial, no hay manera de saber cómo han evolucionado los sueldos. Pero tengo la convicción de que, en conjunto, los grandes empresarios editoriales se ahorraron entonces un montón de dinero contratando a mujeres por salarios inferiores a los que pagaban a los hombres por el mismo trabajo. Una forma rezagada de acumulación primitiva.
Afortunadamente, en las editoriales las cosas han ido cambiando en la dirección de la igualdad. Y mucho más profundamente que en otros eslabones de la cadena del libro. Sabemos que las mujeres leen y compran más títulos. Sabemos también que escriben mucho, aunque no sabemos cuántos libros publican. Entonces, ¿por qué se reseñan en los medios tantísimos más libros de autores que de autoras? ¿Y por qué la aplastante mayoría de los que firman esas críticas son varones? ¿Quizás porque en ese ámbito el techo de cristal todavía está demasiado cerca del suelo? En España no existe, que yo sepa, un seguimiento fiable de la relación de fuerzas (hombre / mujer) a la hora de orientar a los lectores desde los medios acerca de los libros que se publican. En otros sitios, sí. Les recomiendo, por ejemplo, la instructiva página vidaweb.org, en la que se exponen los resultados del "peinado" de algunos de los medios literarios de referencia en el mundo anglófono. Un par de ejemplos: en 2010 el Times Literary Supplement, publicó 1.036 reseñas de libros escritos por hombres y 330 por mujeres (las reseñas las firmaron 900 hombres y 341 mujeres), y en The New York Review of Books se publicaron 306 de hombres y 59 de mujeres (los autores de las reseñas fueron 200 hombres y 39 mujeres). No quiero ni pensar lo que aquí saldría si alguien hiciera el cálculo. A lo mejor se sonrojaban hasta los señores de la RAE, pongo por caso.

Artículo de Manuel Rodríguez Rivero publicado el 16 de febrero de 2011 en El País.

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